jueves, 16 de febrero de 2012

FRASCO, UNO MÁS O UNO MENOS

(Relato galardonado con el Premio "Hucha de Plata" 1975 otorgado por la Confederación Española de Cajas de Ahorros. Dicho relato formará parte posteriormente, en 1987, de la antología del autor, "Relatos", publicada por el Ilustre Ayuntamiento de Ceuta)


A Frasco se lo llevaron un día de Agosto. Llegaron unos que él no conocía, de la ciudad quizá, y le dijeron ¡eh, tú, tira p'alante!... y lo obligaron a subir a un camión, sin darle tiempo apenas más que para entrar en la casa a coger cualquier cosa y despedirse. El había empezado a decir ¡pero es que yo!... y aquellos hombres le hicieron callar a empujones, ¡que tú aquí no tienes nada que hablar, que hala y sube al camión, que ya volverás cuando todo termine!... Y al echar a andar el camión, pudo ver, por entre la nube de polvo que dejaba atrás, a su madre que lo seguía corriendo y que se caía y que gritaba desesperadamente desde el suelo, hasta que ya la primera vuelta de la carretera la tapó, y tapó también el pueblo, quedando sólo la torre de la iglesia que aún asomó un poco más por encima de un ribazo. Después nada, sólo el toldo del camión sobre su cabeza y el ruido sordo del motor, y unos desconocidos a su lado que cantaban ¡Si me quieres escribiiiir, yaaa sabes mi paradeeero'!...

Al rato, uno de aquellos hombres le dijo !eh, tú!... y le dio para que liase un cigarro. Pero con los tumbos del camión y el nerviosismo y la rabia que tenía, todo el tabaco se le derramaba entre los dedos y acabó rompiendo el papel: el otro le dijo ¡que no es para tanto, hombre!... ique tienes que ser un macho!...ique sólo se trata de pegar cuatro o cinco tiros y ya está, y cuando vuelvas, ya verás cómo no tienes que seguir destripando terrones, so desgraciaol... Pero él tenía como un nudo en la garganta, y para no llorar miraba por la embocadura del toldo hacia las lomas que se iban quedando atrás y hacia la pequeña mancha blanca en lo alto de una de ellas que era ya el pueblo, y pensaba en lo poco que ya quedaba para la recogida de la almendra y de la uva.

Luego, cuando los hombres dejaron de cantar y no se siguió escuchando más que el ronroneo del motor y los golpes de las piedras que rebotaban por debajo del camión, se le escapó el primer sollozo y, como vio que todos le miraban y se reían, empezó a tragarse la saliva y a apretar las mandíbulas para que no se notase el temblor que tenía, hasta que le vinieron ganas de vomitar y entonces lo cogieron entre dos y lo mantuvieron asomado por encima de la barda trasera del camión mientras estuvo vaciando el estómago en la carretera. Cuando al fin lo dejaron tumbado en el suelo, creyó que se iba a morir, por el sudor frío que le entró, pero ya no se dio cuenta de más hasta que sintió que lo sacudían y luego le hacían bajar junto a unos barracones grises de madera.

Allí estaban ya muchos como él, y otros con fusiles que andaban dando voces de un lado para otro, y unos que iban diciendo a los nuevos ¡eh, tú!, ¿cómo te llamas?... y apuntaban sus nombres en una lista. Y cuando él fue y dijo ¡a mí no me tocaba venir todavía!... todo el mundo se echó a reír con grandes risotadas, y el que apuntaba los nombres le contestó, sin parar de reírse también,  ¡eso vas tú, muchacho, y se lo cuentas al Presidente!... Luego dieron a cada uno un mono oscuro, unas botas, un gorro, un correaje con cartucheras, un plato de latón, un vaso, una cuchara y un fusil.

La primera tarde la pasaron todos los nuevos dentro de los barracones, ¡para que os vayáis tranquilizando, muchachos, y veáis que aquí no nos comemos a nadie!..., les dijeron, y algunos se quedaban sentados en el suelo contra la pared, con la cabeza entre las manos y los codos apoyados sobre las rodillas, mientras que otros miraban por las ventanas, con la mirada perdida en la pared del barracón de enfrente o arriba en el azul del cielo, como si ya estuvieran ausentes del mundo. Y cuando llegó la noche y se apagaron las luces, ya nadie podía hacer ningún ruido y todos trataron de dormir sobre las tarimas de madera, pero en medio de la oscuridad se escuchaban de vez en cuando algunos sollozos, algunos incontenibles suspiros, incluso algún rezo musitado, como si en el aire aleteasen las invisibles mariposas de la angustia, hasta que ya todo quedó en absoluto silencio y solamente los negros pájaros del miedo velaban por entre las vigas del techo

Durante los días siguientes, por la mañana, llegaban los instructores, ¡por aquí se meten las balas, por aquí se apunta, y así se dispara!... Luego los llevaban a disparar contra unos muñecos de madera pintados de blanco, y el instructor decía ¡imaginaos que son el enemigo y que tenéis que meterle una bala en la cabeza antes de que os la meta él!...así que vamos: apunten...¡fuego!...otra vez, apunten... ¡fuego!...otra vez, apunten... ¡fuego!... Y por la tarde llegaba uno que les hablaba durante más de una hora, que si patatín, que si patatán, cosas de política o algo así, pero Frasco no entendía nada, o era quizá que no le prestaba mucha atención porque el pensamiento se le iba a otras cosas, a su madre, caída en medio de la carretera, al pueblo, a los bancales de parras y a los almendros, que ya estaban prestos para la recogida de las almendras... y al final sólo sabía que estaba allí vestido como de soldado y que ya no podía protestar, ni llorar, ni escaparse, esto mucho menos porque a uno que lo intentó lo cogieron y lo fusilaron allí mismo, eso decían, detrás de un barracón.


Una semana después subieron de nuevo a los camiones, y uno dijo que ya iban al frente. Por la carretera, atravesando los pueblos y los campos, todos iban cantando ¡si me quieres escribiiir, ya sabes mi paradeeeero!...

Frasco tenía entonces dieciocho años.

A él, la verdad, no le iba nada en todo aquel jaleo, o al menos así lo creía hasta que llegaron a buscarlo con el camión. Si lo hubiera sabido aquella mañana cuando los vio llegar, habría ido a esconderse en la vieja mina y no lo hubieran encontrado ni los mismos del pueblo, porque nadie conocía como él los vericuetos para llegar hasta ella y el laberinto de galerías que había dentro, con las bocas de salida a otros lados del monte, tan pequeñas e invisibles como agujeros de culebra. Pero ¿cómo iba él a pensar que le irían a buscar, si todavía quedaban dos o tres años por delante para que llamaran a su quinta?... Además, y esto sí que lo sabía todo el mundo en el pueblo, él no entendía nada de ninguna otra cosa que no fuera escardar un terreno, podar unas plantas, sulfatar las parras, cavar en los bancales... ¡como que ni siquiera había aprendido a hacer bien las letras de su nombre, y sólo garabateaba algo que con mucha buena voluntad podría leerse Francisco López, y que pasaba por su firma, con una especie de tirabuzón debajo!

Lo suyo era todo aquello que se le fue quedando atrás aquella mañana, cuando el camión lo sacó del pueblo, o sea: su madre, viuda y con otros dos hijos menores que él; su casa a la salida del puebla, enjalbegada siempre, que daba gloria verla, con el emparrado en la parte delantera y el pozo hondo que hicieron en tiempos del abuelo porque un zahorí dijo que allí mismo estaba el agua; y los bancales de parras, que daban unas uvas alargadas como lágrimas verdiclaras; y los ciento cincuenta y tres almendros de los que llegando el final del verano se recogían hasta treinta sacos de almendras; y el huerto detrás de la casa, sembrado de patatas, lechugas, tomates, pimientos y cebollas para el avío de la familia; y el campillo de cebada, y los cuatro guarros en la cochinera con sus lechoncillos hozando siempre, que cuando él llegaba con los desperdicios se apelotonaban ante la portezuela levantando las cabezas y chillando como condenados; y las siete cabras, a las que dejaba a cargo de Mateíllo, el pastor giboso que siempre estaba afilando un palo con su navaja o haciendo cuerdas de esparto; y la mula, y el carro, y los tres perros, "Palomo", "Loblllo" y "Blanquita"; y un sombrero de paja para taparse del sol, y todo el aire de la sierra para llenarse los pulmones… ¡todo eso era lo suyo, y nada más deseaba para sentirse a gusto!

La aparcería venía ya de antiguo, de cuando el abuelo, y las tierras pertenecían a don Pedro, que vivía en la ciudad y muchas tardes subía hasta allí con su coche, sólo por sentarse bajo el emparrado a respirar el aire serrano que le daba media vida, según decía. Las cuentas las sacaba el mismo don Pedro con lo que ellos le declaraban. Y si el año remataba malo no quería nunca para él más que unas ristras de morcilla de la matanza y una talega de almendras para que le hicieran ajoblanco, que tanto le gustaba... Y jamás hubo ni un sí ni un no que disgustase a nadie, aunque ellos, Frasco y los suyos, eran los que tenían que doblar el espinazo sobre los terrones y quemarse bajo aquel sol de pIomo hirviendo por los bancales, y estar a que de pronto rompiera a llover, como llovía allí de fuerte, y el agua lo arramblase todo hasta el mar. Las cosas habían sido así siempre, Y no Iban a cambiar con todo aquel jaleo, pensaba Frasco mientras los demás Iban cantando en el camión, camino del frente.

En el frente ocurría que estaban en una trinchera con sacos delante, rellenos de tierra para que las balas del enemigo se metieran en ellos, aunque muchas pasaban por encima de sus cabezas con un silbido seco y agudo, y siempre había alguno que decía ¡ésa ya no me da!..., o estaban apostados en una loma al amanecer para dar lo que llamaban un golpe de mano por sorpresa, o marchaban por una carretera en dos filas, una por cada borde, y de pronto… ¡hala!... se formaba un zipizape de mil demonios, y las ametralladoras tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac-, y las bombas booombaa-booombaa-booombaa-boombaa..., y todo el mundo corriendo y pegando tiros..., y por arriba los aviones... y por abajo los tanques..., y un tío que abre los brazos y cae para atrás, y otro que se dobla llevándose las manos a la barriga y cae rodando..., y por todas partes los muertos, en todas las posturas, boca abajo, de costado, boca arriba, algunos con los ojos muy abiertos mirando a sabe Dios dónde, y los heridos gritando ¡por vuestra madre, ayudadme!..., y el sudor frío por todo el cuerpo, y el temblor, y el miedo en el alma, y las tripas que se sueltan... Y cuando llegaban esos momentos, él no sabía muchas veces quiénes eran los suyos y quiénes eran los otros, y entonces, más que de darle a uno, se cuidaba de que ninguno le diese a él, de tal modo que cuando ya todo se acababa y los demás se ponían a decir que si me he cargado a tantos, que si me he cargado a cuantos, él nunca decía nada y se quedaba como distraído, pensando en que una de aquellas balas que oyó silbar, pudo haberle entrado en la cabeza o en el corazón y ya todo habría terminado para él, aquella guerra, la madre, el pueblo, la aparcería, el aire puro de la sierra, el agua fresca del pozo … y la vida a los dieciocho años.

Así que decidió andarse listo y con ojo para cuando las cosas se pusieran feas, porque ¿y a mí qué con que ganen unos u otros?, se decía, ¡que no me pille una bala ni me explote encima una bomba, eso es lo que más me importa!... Por eso llegó a la conclusión de que en aquella guerra lo mismo daba uno más que uno menos para morir o para vivir, y ya que el resultado final no iba a depender de él, o sea, de su muerte o de su vida, y puesto que de estas dos cosas, a los dieciocho años, es preferible hacer por la segunda, lo mejor sería escabullirse siempre que pudiera, de tal modo que nadie, ni de los suyos ni de los otros, reparase en él … y escaparse definitivamente cuando encontrara la ocasión, y huir por los montes, por las trochas y las barrancadas, como un lobo perseguido, hasta llegar al pueblo y esconderse en la mina, porque él no quería ni matar ni que lo matasen por algo que ni siquiera entendía ni era lo suyo.

La noche en que se escapó estuvo caminando durante más de seis horas por laderas y vaguadas entenebrecidas hasta que el alba comenzó a clarear por encima de unas crestas. El aire fresco de la noche tenía fragancias de romero y de espliego, y por los olivos y encinas ululaban los mochuelos desvelados.

Los pies le dolían, torturados por la dura y larga caminata en la oscuridad. Pero estaba contento porque al fin se sentía libre y dueño de su vida. Pensaba en que no tenia la culpa de que otros se quedasen atrás matándose mientras que él huía hacia su paz. Sin embargo, seguía viéndolos tendidos en la tierra, boca arriba y con los ojos muy abiertos, como preguntando sorprendidos por qué la vida se les había tenido que acabar así...Eso le hacía detenerse y vacilar entre seguir corriendo hacia adelante o regresar de nuevo junto a aquellos hombres a los cuales estaba unido por el mismo triste destino. Pero cada vez que se detenía, una fuerza que estaba más allá de su razón y de su conciencia le obligaba a reanudar la marcha, obsesivamente, hacia su vida.

Llegó a una casa solitaria destruida por las bombas y se echó a dormir entre los escombros mientras el amanecer empezaba ya a iluminar tenuemente las mutiladas paredes, los techos abiertos con las vigas de madera apuntando rotas hacia el cielo púrpura, los restos de muebles y enseres esparcidos, la pequeña era próxima con un trillo abandonado, y el campo desolado por donde chillaban ya las alondras.

Despertó a media tarde y esperó a que se hiciera la noche otra vez para continuar huyendo, como un animal que ya no podía obedecer más que a la irresistible fuerza de su instinto.

                                      -oooooo-

Frasco tiene ya cincuenta y ocho años. Hace tiempo que me lo había contado todo, una tarde en que subí a hacer las cuentas de la aparcería porque mi padre me dejó aquella tierra. Ahora se lo he recordado mientras tomábamos un vaso de vino bajo el emparrado de su casa, sentados junto al pozo. ¡Vamos a dejar eso!, me ha dicho con un cierto deje de tristeza antigua. Y se ha levantado para traerme una talega de almendras - ¡el año ha rematado malo!, ¿sabe?- porque también a mí, como a mi padre, me gusta el ajoblanco.



(Ilustración a cargo de Julio Ruiz Núñez para el presente cuento, publicado en la antología "Relatos", de 1987)




(Ilustración a cargo de Antonio San Martín Castaños para el presente cuento, publicado en la antología "Relatos", de 1987)

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