viernes, 6 de enero de 2012

"EL FARO" Y YO

(Artículo perteneciente a la recopilación “Torre del Faro”, publicada en 1992)

         Corría la década de los cuarenta cuando entré por primera vez en la casa de EL FARO. Estaba ubicada en la calle de Millán Astray, justamente en lo que ahora es el cruce con la de Antioco, y tenía a la entrada una especie de patio abierto en donde se erguía una airosa palmera, ¿o quizá era un árbol frondoso?... No lo recuerdo bien. Yo era apenas un muchacho con muchas ilusiones literarias y de las otras, y pocos méritos para que aquella vez me publicasen las dos o tres cuartillas escritas a mano que llevaba. Pero no obstante, aquel bohemio y extravagante periodista que se llamaba Simón de Rodas, una de las plumas más galanas que pasó por EL FARO, las leyó y me dijo que aquello no estaba mal y que ya vería con el Director, a la sazón uno de los Saura, si lo publicaban. Yo salí de allí más contento que unas Pascuas porque un experto como mi admirado Simón de  Rodas me había dicho que aquello no estaba mal. No recuerdo siquiera de qué trataba aquel articulillo mío, pero con un gran alborozo por mi parte y no menor satisfacción por la de mi madre me lo publicaron al día siguiente.

         Ha llovido mucho desde entonces y cientos de artículos míos han sido ya publicados en EL FARO. Muchas de las personas que de una forma o de otra estuvieron vinculadas al periódico han desaparecido ya, o se han jubilado, o están lejos de Ceuta. La casa aquella fue devorada también por las exigencias urbanísticas, y tanto la Redacción como los Talleres se fueron ubicando en distintos lugares. Pero cada vez que he vuelto a entrar en una casa de EL FARO con mis cuartillas escritas, he sentido siempre que algo familiar me salía al encuentro: el olor a tinta, a grasa y a papel, el latido acelerado y continuo del teletipo, el repiqueteo de las linotipias y de las máquinas de escribir -sustituido ahora por el frío silencio de los ordenadores- y las figuras y rostros de los redactores y de los hombres del taller, todo en una curiosa mescolanza del pasado y el presente como si el tiempo no tuviera más que una dimensión. He visto allí muchas veces los rostros tensos de los que ensimismados ante su máquina de escribir perseguían una idea o buscaban en su mente la palabra necesaria, y las manos entintadas y las caras sudorosas de los que en el taller componían las planas o preparaban las tejas para la rotativa. Todo aquello me gustaba: eran el corazón y el cerebro que cada noche se afanaban para que a la mañana siguiente, muy tempranito, los ejemplares de EL FARO salieran a la calle. Y siempre en mí la misma conclusión: aquello era la pasión, la lucha por la noticia o el comentario de actualidad, lo que hace que el periódico sea un testimonio de la historia, el pálpito de la vida cotidiana de la ciudad, del país y del mundo.

         Es por todo eso por lo que me confieso "farista" a ultranza. No importa que el tiempo pase y cambien los escenarios de EL FARO y las personas que lo hacen posible. Para mí, periodista frustrado porque un Jefe Local del Movimiento no quiso darme en su día el Certificado de adhesión al Régimen que por entonces era requisito indispensable para la Escuela Oficial de Periodismo, entrar en la casa de EL FARO es como reencontrarme con la vocación perdida, es como vivir un poco la vida que hubiera vivido.

         Y ahora, al inaugurarse una nueva Redacción, a la vera misma otra vez de los Talleres donde cada noche se oye el poderoso temblor de la rotativa, vuelvo a entrar allí con el júbilo de hallarme en mi casa. Porque, en definitiva, casi cincuenta años entrando en ella la ha con vertido en una parcela importante de la pequeña historia de mi vida.



(Sede del diario EL FARO DE CEUTA, en la calle Antioco)

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