jueves, 5 de abril de 2012

PENITENTES

(Artículo perteneciente a la selección “Torre del Faro”, publicada en 1992)



Las grandes acciones adquieren doble grandeza cuando quien las realiza permanece voluntariamente en el anonimato. La virtud que se lleva a cabo desde la sombra, el heroísmo que huye de los aplausos y honores, la caridad y el sacrificio que se esconden para no recibir agradecimientos, son grandes acciones cuya autenticidad reside precisamente en el secreto con que fueron realizadas.
Me vienen estas breves consideraciones al pensamiento después de ver uno de los desfiles procesionales de nuestra semana Santa. Quien más y quien menos de cuantos protagonizan de una manera o de otra esos maravillosos espectáculos de nuestra liturgia popular, reciben felicitaciones y alabanzas, y queda una constancia escrita o hablada de lo que hicieron. Esto es justo, por supuesto, aunque sé que no lo hacen pensando en esa recompensa.
Sin embargo, cuando veo a esos encapuchados que caminan descalzos tras un “paso” llevando una pesada cruz a cuestas, con el capirote tronchado por la ausencia de una armadura de cartón, llorando tal vez bajo la capucha, y sin que nadie alcance a descubrir su identidad, pienso entonces que son ellos en ese momento los auténticamente grandes. Y un escalofrío me recorre el cuerpo mientras la emoción me embarga.
Contemplo sus figuras silenciosas caminando como abatidas y me pregunto qué tremenda fe o qué hondo amor les lleva así. ¿Cumplen una promesa?, ¿imploran una gracia o purgan una penitencia?... ¡Cuántas desgracias familiares, cuántas enfermedades, cuántas miserias humanas van debajo de esos capirotes alicaídos!.. ¡Y qué amor al hijo enfermo, al marido sin trabajo, a la hija extraviada, a la esposa desahuciada, a la madre que sufre!...
La vida con todas sus amarguras va en esos penitentes anónimos que esconden sus rostros, sus lágrimas y su cansancio en medio del brillo y de los sonidos solemnes del cortejo procesional. Viéndolos me olvido de todo lo demás: de la belleza de las imágenes, de los cirios y las flores que prepararon manos hábiles, de la grave marcialidad de los soldados que escoltan los “pasos”, de las filas de cofrades, de las saetas, y hasta de la gente que se agolpa en las aceras. Y veo sólo a esos seres dolientes del capirote flácido y caído que hacen brotar de mos ojos una lágrima de pecador.


(Penitente por las calles de Ceuta)


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