martes, 27 de marzo de 2012

PASEO EN LA TARDE DEL SÁBADO


(Artículo perteneciente a la selección “Torre del Faro”, publicada en 1992)

No sé si es ya la Primavera o sólo su anticipo. Pero las tardes de Sábado en este tiempo son como para quitar a uno todas las penas: ¡Los hermosos días marceros de Ceuta!...
-¡Pues todavía queda por llegar la "suestá"! -me advierte un hombre de la mar que se halla apilando cajas de pescado vacías en el muelle de la Lonja.
¡La "suestá" de san José, veinte días antes o veinte días después! Así se dice en Ceuta. El temporal de Levante o "suestá", que llega puntual cada año a su cita con la meteorología, una cita que tiene mucho que ver con los equinoccios.
-¿Los equinoccios? -pregunta el de las cajas, que no entiende nada de la terminología científica.
-Sí, hombre, los equinoccios. O sea: esos dos días del año en los que empiezan la Primavera y el Otoño. En los equinoccios los días y las noches tienen igual duración, ¿no lo sabe usted? A partir del equinoccio de primavera los días empiezan ya a alargarse y las noches se van haciendo más cortas. Luego, en el equinoccio de otoño, ocurre al revés. Y así siempre desde que el mundo es mundo.
-Bueno, ¿y qué tiene todo eso que ver con la "suestá"? -insiste el otro.
-¡Hombre!... -trato de explicarle- ¿Usted no ha oído decir eso de que la primavera la sangre altera?... Pues lo mismo, solo que en vez de la sangre es la atmósfera.
Y dejo al hombre que siga con su tarea de apilar cajas, pues yo a lo que iba era a aprovechar mi tarde sabatina paseando por el muelle de pescadores.
Las "traiñas" se alinean amarradas al muelle en el reposo de las faenas. Algunos montones de redes esperan a ser embarcados. Sentados en el suelo sobre otras redes extendidas, grupos de pescadores conversan mientras las van recosiendo.
Llego hasta la punta de la farola y me siento yo también en un noray a observar cómo pescan con cañas unos niños. El agua está transparente y puedo observar las bandadas de menudos pececillos que picotean con recelo las carnadas, jugueteando con ellas en el dramático juego del hambre y la muerte. De vez en cuando una boya que se hunde, un grito de niño alborozado que se oye, y un pececillo plateado que se agita con desesperación, pendiente del extremo de un hilo. Luego, una pequeña vida que se extingue en espasmódicos saltos sobre el duro suelo del muelle y un destino que se cumple mientras la suave calma de la tarde aureola de serenidades la ciudad.
Al regreso me cruzo de nuevo con el hombre de las cajas que ya ha rematado su tarea.
-¿Irá usted mañana a Algeciras al partido de fútbol? -me pregunta como si nos conociéramos de toda la vida. Le contesto que no y él me dice que sí, que va, que lo piensa pasar en grande, que un día es un día... ¡y que para eso se ha tirado trabajando toda la semana!
Me alejo pensando que tiene razón, que este tiempo invita a todo, a ir a Algeciras, a gozar de la vida con una esperanza nueva cada día, o simplemente a dejarse llevar en la embriaguez de la tarde de sábado en esta anticipada primavera ceutí, antes de que llegue la "suestá".






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