lunes, 30 de abril de 2012

CANCION TRISTE POR UNA LIBRERIA

(Artículo perteneciente a la selección “Torre del Faro”, publicada en 1992)


         La primera vez que entré en la Librería Cortés era yo casi un niño y fui con mi padre a comprar allí los textos de Primer Curso de Bachillerato. Mi padre compró también para él unas novelas de la colección Molino, a 0'95 pts., y para mí además unos libros de cuentos. Pocos días después, mi padre se marchaba a la guerra (era por el año 37) y me hizo prometer que le escribiría contándole aquellos cuentos. Hoy pienso que esa tarea, que yo fui cumpliendo fielmente cada domingo, debió de ser el inicio de mi adiestramiento en lo poco que he llegado a saber hacer en esto de escribir.

         Más adelante, ya en la postguerra, algo más crecido yo y con un atisbo de bozo bajo mi nariz, seguí entrando en la Librería Cortés a por más textos de Bachillerato y también a por novelas de Julio Verne, de Zane Grey, de Emilio Salgari y de James Oliver Curwood, que por entonces me apasionaban. Luego, ya con mis primeras gafas y mi primer enamoramiento, continué frecuentando aquella librería buscando títulos de Bécquer, Galdós, Chesterton, Stevenson, Dostoievsky, Pirandello, Tagore y un largo etcétera en el que cabía todo lo legible que se podía adquirir en una librería de la España de entonces, excluidos por supuesto Lorca, Valle Inclán, Unamuno, Ortega y demás proscritos de la época.

         Recuerdo que existían dos librerías en la calle Real: la de Cortés y la de Menacho, las dos con su solera, su ambiente, su polvo y su olor característico. La primera en el mismo sitio donde ha estado siempre; la segunda en la parte más angosta de la calle, justo enfrente de lo que actualmente es el edificio donde se ubica el Banco Español de Crédito.

         La librería Menacho desapareció hace muchos años. Hoy he sabido que también la Librería Cortés va a desaparecer dentro de pocos días, dos o tres semanas a lo sumo. Y me ha dolido la noticia como duele, no quepa dudas, que desaparezcan del paisaje las imágenes que durante años fueron familiares a nuestros ojos. Pues aunque vivimos ahora en un mundo demasiado cambiante, no podemos evitar a veces un gesto de disgusto, por no decir de dolor, cuando un vetusto edificio, o una pequeña plazuela, o una tienda como en este caso, o simplemente un gran árbol, se pierden y dejan de compartir con nosotros los días y la vida.

         En verdad, la Librería Cortés había empezado a desaparecer hace ya algunos años, desde que murió su propietario D. José Cortés Noguerol. Pero se lograba mantener con su viuda, a trancas y barrancas, más o menos fiel a lo que era cuando yo entré por primera vez en ella. Había perdido, eso sí, su fisonomía decimonónica: las viejas maderas habían sido sustituidas por otros materiales más acordes con los tiempos, sin el rancio sabor de aquellas; se remozó la fachada, y una nueva concepción del espacio interior había acabado con el antiguo mostrador, las estanterías y la trastienda. A nuevos tiempos y personas, una nueva imagen, con cristales, aluminio y luz de neón. Incluso el ambiente aromatizado con ozono pino o limón había desplazado al antiguo olor a papel, a encuadernación, a lápices, y un poco también a suelos fregados con solo agua y jabón.

         La Librería estuvo atendida por D. José Cortés hasta su muerte, y con él solía estar también su hermana, fallecida igualmente hace pocos años. El señor Cortés, lo recuerdo bien, era un hombre que a primera vista parecía algo distante, poco comunicativo con el cliente, pero afable y servicial, esto sí, y con sólo las palabras precisas. Sin embargo, las veces que yo me llegaba por allí, aunque sólo fuese por echar una ojeada a.los libros expuestos, él me retenía un rato y charlaba conmIgo, sobre libros naturalmente, e incluso me hacía pasar a la trastienda a husmear entre los muchísimos que en ella se guardaban y donde en muchas ocasiones encontré el libro raro, el abaratado por ser de una edición obsoleta... o simplemente el que no solía poner a la vista por no ser de fácil reclamo para todos los públicos. ¡Más de una lectura interesante le debo yo a las recomendaciones que me hizo D. José Cortés!...

         Paquita, su hermana, era diferente, más locuaz aunque menos entendida en libros. Sabía despachar lo que le pedían, pero nada más. Cuando murió ella también, le dediqué un artículo que se publicó en este mismo periódico. (“Paquita Cortés”)

         La historia de una ciudad está conformada también de estas cosas. A muchos ceutíes la desaparición de esta Librería tan entrañable, a pesar de lo mucho que había cambiado, les va a suscitar una cierta emoción no exenta de un cierto disgusto por que las cosas tengan que ser como son. Pero un simple acontecimiento como éste, la desaparición de una tienda conocida, sin mayor importancia que la de ser un negocio que se cierra, sirve para reiterarnos una vez más la inexorable realidad: que todo pasa, que todo se termina, que todo se nos va quedando atrás en el viaje de la vida. Mas, como se lee en un poema de Worthword que alguna vez he citado, "aunque ya nada pueda devolvernos la hora del esplendor en la hierba... no debemos afligimos, porque la belleza subsiste en el recuerdo". Y recordar la vieja Librería de nuestra adolescencia es siempre bello, aunque con una pincelada de tristeza.




(Al no encontrar ningún documento gráfico referente a la Librería Cortés, objeto de este artículo, he optado por poner un anuncio publicitario de la Librería El Estudiante, fundada a mediados de los 60 por el autor del texto, asociado a Don Antonio García Moreno)

2 comentarios:

  1. Recuerdo esa libreria, estaba subiendo el Revellín a mano derecha enfrente del Vicentino.Me encanta como cuenta tu padre su admiración por el dueño del establecimíento y su amor por los libros,conqué orgullo teneis que recordar a vuestro padre tus hermanos y tú Ismael.

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  2. Pues sí, nos sentimos muy orgullosos de él, y de ahí que, como homenaje, estemos elaborando este modesto blog y así recoger poco a poco su obra para que no se pierda. Gracias por tus comentarios.

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