lunes, 9 de enero de 2012

PRÓLOGO POSIBLE PARA UNA GUÍA DE VIAJE A CEUTA

(Artículo perteneciente a la selección “Torre del Faro”, publicada en 1992)

         Desde Algeciras a Ceuta la travesía en barco dura poco más de una hora. Pasada la primera mitad del Estrecho, ya se comienza a fijar la mirada en la otra orilla para descubrir, como surgiendo de la bruma, a ciudad blanca, y gritar enseguida ¡Ceuta!....con el júbilo de un descubrimiento.

         Por la amura de estribor irán apareciendo las crestas violáceas y peladas de Sierra Bullones que, en cierto momento, ya casi llegando a Ceuta, semejan la silueta de una mujer yacente, con el enhiesto pecho erguido hacia el cielo; por la de babor, el oscuro promontorio del Hacho, como un gigantesco dinosaurio dormido sobre la línea del horizonte; y por la proa del barco la tenue franja blanquecina de la ciudad, aún con el misterio de la lejanía.

         Llegar por vez primera a un lugar tiene algo de aventura emocionante, una cierta concesión a la sorpresa. Y como la llegada a Ceuta no se produce de súbito, sino que es un ir llegando poco a poco, el gozo de ir entreviéndola se prolonga y va en aumento paulatinamente, a medida que el barco se va aproximando a ella. Si el viajero posee una pequeña dosis de imaginación, al dirigir la mirada hacia el monte Hacha coronado de murallas y con un curioso perfil de enorme animal prehistórico, le será fácil imaginarlo como si reptase por la superficie del mar llevando a Ceuta montada sobre su larga cola, cual si de otro rapto mitológico de Júpiter se tratase. En todo caso, y sin ninguna apelación a sus dotes imaginativas, sino apelando solamente a una elemental capacidad para disfrutar del paisaje, podrá contemplar la amplia curva de una bahía que se abre desde la Punta de la Almina, por Levante, con su faro arriba, hasta el agresivo espigón de Punta Leona, por Poniente, al pie mismo de la alta mole del Yebel Musa, réplica africana al lejano Peñón de Gibraltar. Luego, con el barco ya deslizándose suavemente por las aguas del puerto, podrá extasiarse con la luminosa estampa de la ciudad extendida ante sus ojos, con el largo paseo de la Marina y su línea de edificios y palmeras, y todo el caserío como empinándose por detrás para darle la bienvenida, bajo el telón de fondo de un cielo amplio y claro.

         Una vez que se desciende del barco, empieza la aventura de ir descubriendo los múltiples aspectos que Ceuta ofrece. Todo dependerá ya de la propia curiosidad, interés o sensibilidad de cada uno. Si el viajero busca nuevas sensaciones visuales para su álbum de recuerdos, seguro que no pasará de largo rápidamente ante el foso de San Felipe, apenas remontada la rampa de salida del puerto, canal de agua al pie de un bastión de romántico misterio en la noche, con la bandera de España ondeando durante el día en lo más alto como en la torre del homenaje de un castillo roquero medieval. Y se detendrá poco más adelante en la plaza llamada de África, de sencilla solemnidad, arbolada y ajardinada con esmero, con la pequeña catedral de corte neoclásico, con el señorial Palacio Municipal de modernista arquitectura, con el elegante y funcional Hotel La Muralla, Y con el santuario de la Patrona de la ciudad, Santa María de África, sin pretensiones arquitectónicas pero con un grato sabor a iglesia de pueblo andaluz. Y, en el mismo centro de la Plaza, entre la arboleda y los planteles de flores, el severo monumento a los muertos en la Guerra de África de 1.859-60, con formidables relieves en bronce y un dulce y sosegado aire de unción funeraria sin nada lúgubre en él a pesar de levantarse sobre una cripta donde reposan los restos de caídos en las batallas. Después, si el viajero posee la sensibilidad del ojeador ávido que gusta de penetrar en los lugares con los ojos del espíritu además de con los de la cara para captar sus esencias, podrá recorrer calles, plazas y rincones en los que late una vida y alienta una intimidad. Hallará por todas partes una luz sin escatimar, pródiga y generosa, que juega por doquier en planos de sombras y reverberos, y que, al atardecer, se va deshaciendo por el cielo en largos crepúsculos de colores, malvas, anaranjados, púrpuras, rojos, violetas… Y por todas partes también el mar, apareciendo siempre como un "leit motiv" de los paisajes ceutíes.

         Mas si aparte las sensaciones visuales el viajero busca otros alicientes de inmediatez más prosaica, allí encontrará todo el mundillo variopinto y en cierto modo pintoresco y exótico de las calles comerciales, un mercado distinto que pondrá a prueba su resistencia a la tentación de comprar, tentación en la que seguramente caerá con suma complacencia.

         En fin, Ceuta, ciudad española en la orilla sur del estrecho de Gibraltar, puerta de entrada a África y frontera así mismo con un país diferente, está ahí. Y es una ciudad para ir a ella al menos una vez, en una mezcla de turismo y peregrinación por cuanto tiene de santuario de unos episodios de la historia de España y de la Humanidad. Pero téngase por seguro que de Ceuta no es fácil partir definitivamente, porque siempre deja en muchos el deseo y el propósito de volver a ella. Ese es quizá su sortilegio.


Ceuta, a vista de gaviota

2 comentarios:

  1. Cierto, mi querido Don Juan, al menos los que somos de allí -aunque llevemos más de treinta años fuera- a Ceuta nunca vamos, siempre volvemos.

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    1. El retorno al paraíso perdido, el que siempre llevaremos "en el fondo del alma"

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