jueves, 26 de enero de 2012

PRIMER TREN

(Artículo perteneciente a la selección “Torre del Faro”, publicada en 1992)

 
         Siempre hay trenes que corren por nuestra memoria de otro tiempo. Y a veces ocurre que una nostalgia inevitable nos trae las imágenes y sensaciones de los viajes que hicimos en ellos: estaciones con olor a humo y a grasa, esperas y despedidas en andenes con trajín de gentes, locomotoras y ristras de vagones, ruedas que traquetean, paisajes fugitivos, largas pitadas que aúllan en medio de la noche atravesando campos oscuros con lejanas y solitarias luces, conversaciones en la penumbra de un vagón con personas desconocidas a las que nunca más se volverá a encontrar, ansiedad y alegría de llegar a alguna parte...

         Mi primer tren corría solamente entre Ceuta y Tetuán. Muchas veces me llevaron en él cuando yo era un niño. Aquellos viajes constituían para mí una especie de fiesta y aventura: escapaba así de mi limitado mundo cotidiano y me entregaba gozoso al descubrimiento de otras impresiones para mis sentidos y otros cauces para mi fantasía.

         Ciertamente era aquel un tren pequeño, sólo la máquina y tres o cuatro vagones cortos de madera con plataformas cubiertas en sus extremos. Pequeño era también su recorrido, apenas treinta y tantos kilómetros, con seis estaciones intermedias: Miramar, Castillejos, Riffien, Negrón, Rincón y Malalien. Pero todo aquello, tren y viaje, adquiría para mí una maravillosa grandeza. La negra máquina, tan gigantesca para mi estatura, me infundía con sus resoplidos un cierto pavor si me acercaba a ella en la estación, como si temiera que en aquel instante fuese a estallar su caldera. Pero luego, cuando corría por los llanos de Malalien con la fila de vagones detrás, lanzando sus poderosos bufidos, me parecía un querido monstruo devorador de distancias y nada me resultaba tan hermosamente magnífico.

         Durante aquellos viajes yo iba casi todo el tiempo con la cara pegada al cristal de mi ventanilla, atento siempre al asombro y la sorpresa de todo lo que veía. Con el continuo y rítmico traqueteo de las ruedas murmuraba canciones que ajustaba a su compás. Y observaba cómo huía todo hacia atrás: el amplio paisaje con el mar o las montañas al fondo, los árboles cercanos, los rebaños de borregos, cabras y vacas que pastaban en los herbazales, los niños campesinos que nos saludaban agitando sus manos, los postes del telégrafo muy próximos a las vías y cuyos hilos paralelos parecían subir y bajar ante mis ojos atónitos... Pero lo que más me divertía era atravesar un túnel, aquellos minutos de estruendo y misterio hasta desembocar en la claridad y la sorpresa de un nuevo panorama.

         Otros trenes y otros viajes he ido disfrutando después. Pero nunca más con aquel mismo alborozo, con aquel inocente asombro y aquella ansiedad venturosa.

         Poco o nada queda ya de aquel mi primer tren que corría entre Ceuta y Tetuán: apenas un rastro en el terreno donde estuvieron las vías, los maltratados edificios blanquiverdes que fueron las Estaciones, y una vieja locomotora encerrada en un hangar de la de Ceuta. Sin embargo, aquellas imágenes y sensaciones permanecen en mi memoria como huellas de algo amado que se me fue quedando atrás en el correr de la vida, ese otro tren que nos lleva en un incierto viaje sin retorno.



Estación de Ceuta (hacia 1925)



Cuadro de horarios y recorridos ferrocarril Ceuta-Tetuán (1927)



Estación de Tetuán (por la misma época que las dos fotografías anteriores)

1 comentario: