martes, 31 de enero de 2012

EL DELFIN

(Artículo perteneciente a la selección “Torre del Faro”, publicada en 1992)

         Me avisaron que un delfín se había metido en el puerto. Y rápidamente salí a mi balcón, armado con mis prismáticos “made in Japan”. 

Efectivamente: allí estaba el pobre, "dando saltos jabonados" como decía García Lorca que daba Antoñito el Camborio en su lucha contra sus primos Heredia. El brillante lomo negro aparecía y desaparecía en la angustiosa búsqueda de la salida. La mañana iba ya mediada y muchas personas detuvieron durante unos momentos sus afanes para poder observar la peripecia del simpático animal hasta que éste, al fin, se perdió por la bocana hacia las profundas aguas del Estrecho.

La insólita visita espantó a los habituales residentes de nuestro fondo portuario. Pargos, sargos, chopas, doradas, lisas y demás caterva submarina se desbandaron con un ¡sálvese quien pueda! que turbó la apacible existencia de la comunidad piscícola. Muchos de los fugitivos no encontraron otro refugio que esa especie de albufera en que se ha convertido el inacabado relleno de la Marina. Allí, unos avispados pescadores tendieron su trasmallo al medio día para que cientos de peces quedaran presos por las agallas, ahorcados en las finísimas mallas de nylon.

Este es un pequeño y triste episodio que quizás no vale la pena de que yo lo recoja. Pero es que en el fondo soy un sentimental. ¡Qué le vamos a hacer!... "Todos los días suceden en el mundo otros episodios más dramáticos", -me dice uno al que esto de los delfines y los peces le trae sin cuidado. Y aunque me pese, tengo que darle la razón: delfines que se meten en callejones sin salidas, peces que se asustan, y trasmalleros que tienden sus redes, están a la orden del día en todas partes.

Ya lo decía el cojo aquel del chiste: ¡No corráis que es peor!... Pero este viejo chiste no lo conocen los peces. Por eso ocurre lo que ocurre: que siempre hay quien se aprovecha del miedo de los demás. O de su confusión.

Y a mí se me ocurre preguntar: ¿no es la vida nuestra también una continua huida ante la presencia de un delfín?, ¿no buscamos todos una salida ante las preocupaciones y angustias que nos acosan?...

-¡Vaya!... ¡Hoy le ha dado a usted por lo trágico! -me comenta el camarero de la Tertulia a donde acudo todas las tardes a tomar mi descafeinado. Así que cambio de tema y nos enfrascamos en una conversación sobre el fútbol, pues para eso está el fútbol: para no preocuparse por otras cuestiones más trascendentes. Es a lo que nos hemos acostumbrado, ¿no?...

En fin: como todo es aprovechable, incluso la presencia de un delfín en las aguas de nuestro puerto, yo propongo a quienes vayan a confeccionar la "Guía de Ceuta" que incluyan una frase como ésta: "En el puerto de Ceuta entran a veces los delfines para sacar allí la cabeza del agua y poder contemplar, aunque sólo sea durante un segundo, la estampa inolvidable de la ciudad". ¿Verdad que quedaría bien? Pues lo dicho. Y prometo al Ayuntamiento no cobrarle derechos de autor. ¡No me los iban a pagar!...



Ilustración de Daniel Ruiz para el libro "Torre del Faro" (1992)

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