martes, 17 de enero de 2012

GIBRALTAR

(Artículo perteneciente a la selección “Torre del Faro”, publicada en 1992)

         La mañana está clara y puedo divisar sobre el horizonte, al otro lado del Estrecho, la enhiesta mole del Peñón de Gibraltar. Visto desde Ceuta parece la cabeza de un enorme pez asomándose al aire con la boca abierta. Pero es sólo una roca -"The Rock" la llaman los ingleses- con una pequeña ciudad al pie. Y una verja que hace de frontera.

         Recuerdo que cuando yo era estudiante en Madrid, allá por los años cincuenta, participé en una manifestación patriótica pro-Gibraltar español. Y en el tumulto estudiantil que se formó ante la Embajada Británica, recibí de manos de un policía español un golpe de porra que vino a dar con fuerza en salva sea la parte de mi cuerpo. Pero me sentía orgulloso del suave amoratado que el porrazo me produjo, como si de una herida por la Patria se tratara. Por cierto que, con motivo de aquella manifestación, se contaba como anécdota que el Ministro español de la Gobernación telefoneó al Embajador británico preguntándole si deseaba que le enviase más policías, a lo cual respondió el Embajador con humor muy inglés: "Lo que deseo, señor Ministro, es que me envíen menos estudiantes".

         Años más tarde, casi curado ya de mis entusiasmos juveniles, tuve ocasión de exponer en cierta reunión mi idea de que era más urgente y necesario hacer todo lo posible, y hasta lo imposible, por vitalizar y conservar Ceuta que por recuperar Gibraltar. Sin abdicar, por supuesto, de esto último. Y justificaba mi opinión argumentando que en Ceuta había miles de familias españolas que en esta ciudad tenían sus raíces, su vida y sus muertos, para las cuales la permanencia y supervivencia feliz en ella constituía una cuestión sumamente prioritaria. Mientras que lo otro, la recuperación de Gibraltar, significaba sólo la reparación de una debilidad histórica de España, o mejor, de un error debido al fracaso polílico de unos gobernantes españoles del pasado. Reparación necesaria, esto sí, pero menos perentoria y vital que la ayuda y protección a Ceuta. “Pues –decía yo- en el trance de tener que elegir entre no perder lo que se tiene o recobrar lo que se tuvo, me inclino por lo primero, aunque intentase también, naturalmente, lograr ambas cosas". Debo decir que estas opiniones mías me concitaron ciertos enojos y censuras. Pero yo solo trataba de ser realista, con un realismo que pocos comprendieron entonces.

         Ahora se vuelve nuevamente a hablar de Gibraltar. Y me han venido a la memoria aquellas dos experiencias mías en las que acabé mal parado, como un Quijote de pacotilla. Quizá por eso Gibraltar es hoy para mí, más que nada, sólo una mole rocosa de color violeta claro y con forma de cabeza de pez que emerge del horizonte frente a mi ventana, o la pequeña luz brillante y blanca que veo parpadear cada noche a lo lejos -su faro- en medio de la oscuridad. Y me resisto a considerar que sea algo más, aunque sé bien que lo es. No quiero que me duelan su ausencia y su lejanía.


Gibraltar desde la otra orilla (Foto: Carlos Díaz)

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